Berlín, 23 marzo 2007
Hoy es el último día efectivo en esta ciudad. Nos fuimos a dormir tarde y como un dominó nos levantamos tarde. A las 11 estábamos en la calle y teníamos que rematar la faena. Intentaremos visitar: El Monumento al holocausto; El Bundestang y alrededores; la calle Friederich; El Museo de historia de Berlín; buscar el libro de A. Humbolt; y cenar en casa, el primer día compramos una botella de Boureaux y unos embutidos variados más jamón ibérico que nos trajimos de Barcelona.
Peter Eisenman es el arquitecto que ganó el proyecto de construcción de este monumento al holocausto. Creo que está bien situado, cerca de la puerta de Branderburgo y en la otra acera el parque de Tiergarten. Como dice la entrevista, si pinchas en el nombre del arquitecto, es importante entrar dentro del espacio y luego mirar desde un punto alto, y ver que sucede con las personas que se adentran en monumento. Un espacio monumental que es necesario mirar para conocer como funciona el dialogo entre el que mira y al mirado. Las calles son rectas, el suelo un vaivén con una retícula de baldosas, que te impide pisar “la tierra sagrada” donde vive la memoria de los muertos. Dice el arquitecto que la evolución de sus lecturas sobre la guerra le llevó a pensar más en los muertos judíos que en el resto de los perseguidos por los nazis, no podemos olvidar que este arquitecto es descendiente de judíos. Cuando estás en las entrañas del monumento pensé en la muerte, en la soledad de los que recuerdan a los suyos.
La calle Friederich es una tienda gigante, centenares de negocios. Me extrañaba que en Berlín no hubiera calles comerciales como en París o Londres, hasta el último día no la encontramos. Como en el Corte Inglés que nos recuerda que estamos en primavera, los colmados de Berlín nos avisan que estamos a punto de llegar a la Pascua mediante el huevo o el conejo de chocolate ” La llegada de la Pascua suponía el levantamiento de la norma y el fervor por los huevos se desataba, tanto en la cocina como en los regalos entre familiares, amigos y sirvientes. Suponía desquitarse de la penitencia impuesta durante cuarenta y seis días. Era el festín del huevo porque éste representaba el regocijo y la vuelta a la alegría. Como la conservación de los huevos durante la cuaresma era problemática -no había frigoríficos-, lo habitual era bañarlos en cera líquida. Así, la fina capa protectora que los cubría permitía mantenerlos más frescos. De ahí vino la costumbre de colorearlos y decorarlos con ceras.”